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46     OFICIOS OLVIDADOS

esde los años cincuenta del pasado siglo, ha sido tanta la evolución y modernización de la sociedad, que muchos oficios y tradiciones que durante años y años fueron imprescindibles en Campo de Criptana y en toda La Mancha para el desarrollo y normal desenvolvimiento de las gentes, hoy nadie practica y posiblemente quedarán desconocidos para las nuevas generaciones.

El talabartero y guarnicionero realizaba su labor trabajando el cuero y fabricando o arreglando guarniciones o arreos para las caballerías: monturas, albardas o cualquier tipo de aparejo. Cada cosa cumplia su función. El "cabezal" y los "ramales", para la conducción. Los "tiros", que se enganchaban a las varas del carro, el "horcate" y la "collera", con la "entremantilla" por debajo, para el arrastre. Los "sejadores", enganchados igualmente a las varas, y la "retranca", para que las mulas pudieran dar marcha atrás al carro ("sejar"). Y la "silla", que se fijaba a la mula con la "cincha", la "zufra", que soportaba las varas, y la "barriguera", que evitaba que el carro aculase, para la sujeción. Y otros aparejos menores en el cabezal, como la "mosquitera", para espantar a las moscas y otros insectos, o las "anteojeras", para que la mula no tuviera visión lateral. El material utilizado era cuero, lona y lanas gordas denominadas estambres. Posteriormente, ya en los años 60, ante las dificultades que presentaba el trabajo, compaginaba las labores de talabartería y guarnicionería con las de tapicero y con cualquier otra tarea relacionada con el cuero.


Puesto de guarnicionero en la Feria de Criptana. Años 50
Puesto de guarnicionero en la Feria de Criptana. Años 50

Mi tío Juan José Herencia era guarnicionero en Criptana, en la calle del Caño, como lo fue su padre, y en los años del declive de la profesión tuvieron que marchar a Madrid. Aún guardo un cartapacio de colegial, de cuero, con un cierre de presilla, que me debió regalar —eso ya no lo recuerdo— por algún día de Reyes o cumpleaños. Había otros, ya que era un oficio pujante: Otilio El Perdío, Paco Herencia, Ramón Sánchez Quintanar, Prisillas, Chichones, José María el de Ceja, Andrés Santos, José Antonio Sánchez-Alarcos en su "Talabartería" de la calle Castillo…


Arreos de mulas en la romería de la Virgen de Criptana. Años 50
Arreos majos de mulas en la vuelta de la romería de la Virgen de Criptana. Años 50

De la construcción y mantenimiento de carros y galeras se encargaban los carreteros o carreros. En Criptana había muchos y todos tenían trabajo: Abel y Santiago Calonge, Eladio Olivares, Amador Salido, Julián Vela (Cortezas), Isidoro Escribano (El Carreterillo), Paco Calonge, los hermanos Amaro y Bartolo Torres, los hermanos José y Severiano Lucas, Ángel Sánchez, Julio Casero, Manuel Sánchez, los hermanos Díaz-Hellín (Los Nipópolos), Machotas...


Carreteros
Carretería. Acoplando la llanta a la madera. Ángel Sánchez, Severiano Lucas, Manuel Sánchez de la Orden y José Lucas

La desaparición de las mulas de nuestros campos llevó también aparejada la de los muleteros. Iban por los pueblos ofreciendo su mercancía y se alojaban en las posadas, donde había cuadras para el ganado. En Criptana, aparte de los que alguna vez venían de fuera, teníamos nuestros propios muleteros. Estaban Los Parrillanos, dos hermanos, Juan Francisco y Ángel Martínez Montoro, que provenían de San Lorenzo de la Parrilla, en Cuenca, y tenían mulas de muy buena calidad. También Juan Zaragoza, de Villacañas, que fue durante algún tiempo socio de otro parrillano, José Montoro, pariente de los anteriores. Igualmente, Los Colastras, de Yepes (Toledo), o Casimiro Penalva, que tenía muletá (cría de mulas) en una finca entre Arenas de San Juan y Villarta. Y estaban, con mulas o burros algo inferiores, el gitano Andrés y sus hijos Andrés, Pedro y Alejandro, Luis El Gitano, El Chato o el gitano Bastián y sus hijos.


Muleteros
Muleteros

Los veterinarios, entonces, estaban casi únicamente dedicados a la salud de las caballerías, y se daba la circunstancia de que podía haber más veterinarios que médicos para las personas. Todos ellos disponían en sus instalaciones de banco para herrar. En Criptana ejercieron de veterinarios: don Demetrio Cabañero, en el Pozo Hondo, con Jesús Sanz como oficial herrador; don Ángel Herreros, en la carretera de Alcázar, y don Tomás Ortolozábal, también en la carretera, nada más dar la vuelta al Tumbillo. Y años antes, hasta donde llegan las noticias: don Ángel Herreros (padre), en la carretera de Alcázar; don Pablo Nieto, en la calle del Convento; don Francisco Reillo, al principio de la calle de la Reina, don Feliciano León, en la calle Murcia, con vivienda por la calle de Santa Ana, y un hijo del anterior, Paco, que marchó pronto a Almagro.

Desapareció así, la vieja estampa del herrador. Ya es difícil encontrar alguna herradura como sucedía antaño, y que según la creencia popular, se colgaba detrás de la puerta porque traía buena suerte. Aunque los herradores tenían abierto todo el día, eran muchos los hombres que se acercaban con las bestias al atardecer, cuando se regresaba a casa después de las tareas del campo. El herrador procedía, en primer lugar, a quitar las viejas herraduras, arrancando los clavos que las sujetaban con unas tenazas o un martillo especial. A veces, limpiaba los cascos, que podían estar encallecidos, con un cuchillo que eliminaba las durezas. Clavar la herradura era una operación muy especial, pues si los clavos no se introducían en el ángulo correcto, podía desgraciar al animal de por vida.


Herrando a una mula
Herrando a una mula

Gañanes eran los que trabajaban en el campo por cuenta ajena, quehacer que incluía también el cuidado de las caballerías, aunque a veces se aplicaba al agricultor pobre que trabajaba sus escasas tierras. Tenían sus categorías: en una casa grande, de cuatro pares de mulas, por ejemplo, estaba el "mayoral", que mandaba en el resto de los gañanes y era el hombre de confianza del amo; el "ayudaor" o "ayudaores", que iban por debajo, y a continuación los "zagales". Y estaban los "peones", al mando de un "caporal", dedicados exclusivamente a la labranza, recolección, labores en bodega... La llegada del tractor en la década de los 60, seguida posteriormente de todo tipo de maquinaria, supuso la evolución hacia otro tipo de agricultura más productiva, pero también a la disminución de la mano de obra empleada en el campo y a la desaparición de la figura tradicional del gañán.


Gañán
Gañán. Cuadro de Antonio López Torres. Año 1946

Las mulas necesitaban que los esquiladores les cortasen el pelo, a veces con algún dibujo de filigrana en la parte trasera, especialmente si iban a salir desfilando, con sus arreos también "majos", en las "Vueltas de san Antón", patrón de los animales, el 17 de enero. Porrino, además de barbero y peluquero a domicilio, también era esquilador de mulas y borricos en Criptana. Siempre iba con su maletín de madera y nunca “despreciaba” la invitación a un trago de vino. ¡Qué peligro a últimas horas de la tarde!


Esquilado artístico de una mula
Esquilado artístico de una mula

Si la lana de las ovejas iba a ser empleada para hacer colchones o almohadas, no necesitaba más trabajos posteriores que el vareo para que quedase hueca. Este vareo había que repetirlo todos los años, deshaciendo el colchón y volviendo a coserlo de nuevo, para espabilarla, desentumecerla y esponjarla a base de varetazos. Había personas que se dedicaban a ello: los colchoneros. En mi casa, en Criptana, lo hacia una señora, María Antonia (La Marianta), que ayudaba también a mi madre en las tareas más duras de la casa. Se ganaba la vida trabajando sin parar en muchas casas y también, con otras mujeres, en la cocina del Casino Primitivo y luego en la del bar Castillo.


Vareando la lana
Mujer vareando la lana

Y si la lana se destinaba a hacer tejidos, tenía que ser cardada. Este trabajo solían realizarlo las mujeres de la casa o un gremio de gentes especializado en este menester, los cardaores, que también se encargaban de la limpieza. Lo hacían con dos cardas, que eran dos rectángulos de madera con un agarradero para manejarlas. En la parte interior llevaban unas hileras de púas. Se cogía un trozo de lana y se colocaba entre ambas cardas, moviendo éstas la una contra la otra de forma que la lana quedara como peinada. Después se iba colocando en cestas. Ya no existen cardaores; aunque hijos, nietos y biznietos de aquellos, siguen manteniendo viva la llama de su estirpe. En Campo de Criptana celebran su día el 24 de diciembre, y empiezan con la tradicional Misa de Gozo que ya otros gremios celebraron en días anteriores, y cuyo ciclo se completa ese mismo día 24, por la noche, en la Misa del Gallo, con la de los agricultores, ganaderos y pastores. Luego, durante todo el día, van casa por casa de las familias cardaoras (las que en su día lo fueron y conservan como primer apellido Simón), de invitá en invitá, con su tambor, sus bailes, en una especie de murga que va anunciando por todo el pueblo el inicio de la Navidad.


Cardaores
Cardaores, en el grupo de Facebook "Cardaores de Campo de Criptana"

La seguridad en el campo estaba antes garantizada por los Guardas Jurados o Rurales, institución creada en 1849 y vinculada en su trabajo a la Guardia Civil. En Criptana fueron siempre gentes de aquí del pueblo, iban a caballo o en bicicleta, con una escopeta o carabina como armamento, su distintivo era una gran placa de latón prendida en una bandolera ancha de cuero y el uniforme consistía en chaqueta y pantalón de pana, con un sombrero que llevaba una escarapela de los colores nacionales, símbolo de la autoridad. Dependieron siempre de los Ayuntamientos y, tras la Guerra Civil, al menos en Criptana, del “Secretario de la Sindical”, el sindicato franquista de la época.


Guardas del campo
Guardas del campo abriendo la procesión del Jueves Santo de 1957 en Criptana"

Gozaban estos guardas del campo (así se les decía en Criptana) de todo tipo de licencia para detener, pero su misión principal era la vigilancia para evitar los delitos y, en su caso, denunciar. También, daban escolta y encabezaban las procesiones de Semana Santa y las de traída al pueblo de la Virgen y del Cristo hasta las “portás”, en donde eran relevados por la Policía Municipal.


Guardas del campo
Pañales y El Orejón, guardas del campo en Criptana"

En tiempos pasados, Carasio y luego El Chato la Marusa y el hermano Juan ejercían el oficio de estañador y lañador. Este último solía ir bastante desaliñado, ropa con mucha mugre, alpargatas medio rotas, barba de varios días, pitillo de liar entre los labios, con un hatillo en una mano y una lata con agujeros llena de ascuas y asa de alambre en la otra, que al balancearla al caminar desprendía humo del carbón y de los sarmientos que iban ardiendo en su interior. En el hatillo llevaba las herramientas, trozos de chapa, alambres para las lañas y el trompo o taladro para realizar los agujeros o enganches de las lañas.


Estañador lañador
Estañador-lañador

Los cántaros, barreños, lebrillos, orzas, tinajas, pucheros, y fuentes de barro que se rajaban o rompían, no se tiraban —la economía de entonces no daba para más—, se guardaban para que el lañador los apañara uniendo con lañas y masillas especiales los trozos entre si. También, cuando los cacharros de porcelana se desportillaban o se salían, o las sartenes o peroles se desgastaban por el uso o por los muchos fregados con estropajo y arena, estos humildes artesanos los reparaban con remaches o, previamente decapadas las desconchaduras con vidriega, con gotas de barritas de plomo y estaño que fundían con el cautín o soldador caliente casi al rojo en el bote de las ascuas.


Lañador y cacharros
Lañador, trebejos (soldador y taladro) y cacharros arreglados

Cuando yo y mis hermanos éramos pequeños, a mi casa iba el lañador todos los años antes de que llegara el calor. Empleaba el hombre varias horas en estañar el culo de un gran baño de zinc que sacábamos al sol para bañarnos. Estaba el pobre ya muy viejo —había pertenecido a mis abuelos—, pero lo cuidábamos como oro en paño porque era nuestra diversión en las largas tardes de verano.


La bañera de zinc
La bañera de zinc

Mi tía (tía abuela) Santiaga y mi tío Ramón tenían posada en el pueblo, un enorme caserón con la entrada principal por la calle del Cardenal Monescillo y las portás por la de la Soledad, con habitaciones, comedor, patio, corrales y cuadras para las caballerías. Los viajeros dormían en las habitaciones, pero en las cuadras se anunciaba: "Hay paja", y se sobrentendía que para el pienso de los animales y también para que se hicieran una cama y acostaran los arrieros. En la misma calle de la Soledad, esquina con la Plaza, hace muchos años estuvo la de Olmo, que luego pasó a Manuel Vaquero.

Otra más, la de Boluda, en el solar donde se formo la plazoleta de Don Ramón Baillo. Famosísima y enorme fue la de la calle Castillo; en ella se hospedó Azorín cuando aquí estuvo preparando el libro de La ruta del Quijote y una lápida en el lugar así lo atestigua. Una más, la de Aguedillo, en la calle Santa Ana. Y en la calle de la Virgen, esquina a la de Cristo Rey antes que Iluminado construyera el edificio actual, estaba la casa de Quirós, que estuvo alquilada a la Posada del Sol.

Los meses de invierno eran propicios para la llegada a estas posadas de muleteros y gorrineros. Como en las cuadras no hacía frío, los espectadores permanecían allí por tiempo indefinido contemplando la exposición de las caballerías, pues en aquellos tiempos se gozaba viéndolas tanto o más que ahora los últimos modelos de coches o de motos


La posada de Ramón
Posada de Ramón. Patio interior

Posada en la que se hospedó Azorín
Posada en la que se hospedó Azorín

Las fondas o casas de huéspedes casi también han desaparecido: sólo admitían viajeros, nada de animales, y a veces con habitaciones de tres o más camas que había que compartir con desconocidos. Algunas también daban comidas: el plato del día, por supuesto. Recordamos en Criptana la de Lucas, en la calle de la Reina, la Pintor, en la parte de arriba del Casino de la Concordia, en la calle de Santa Ana, o la de los Legaña, por encima del Bar Los Molinos, en la esquina de la Plaza con la calle de la Soledad.


Fondas
Fondas Lucas y Pintor

Hubo fábrica de chocolates en Criptana: la creada por Pablo Escribano Sánchez-Manjavacas (Pablete) y Pablo Fernández Ramírez en la calle Cardenal Monescillo. En los bajos de la casa tenía su tienda de comestibles Pablete y luego Ángel Olivares (Veneno). Más tarde se separaron y Pablo Fernández la trasladó a la calle de la Virgen, con El Negus de oficial, fabricando en distintas épocas tres marcas de chocolate a la taza: Los Glotones, Pablito y Alfonsito. Y Pablo Escribano, que ya elaboraba por su cuenta galletas, otros productos dietéticos y también al principio chocolates en ese local de la calle de la Virgen cedido a su ex socio, abrió otra fábrica en la Avda de Juan Carlos I, en una especie de chalé frente al Parque, para continuar su producción.


Chocolate Los Glotones
Empleadas en la fábrica de chocolate Los Glotones y cromo en una tableta de la marca Alfonsito

Antes, para bodas comuniones, bautizos y Semana Santa se hacían magdalenas, mantecados, rosquillos y galletas. Se llevaban los ingredientes al horno y después de toda una tarde de laboriosidad, por la noche te traías tus buenos cestos de "cochura". Recuerdo a tres mujeres que tenían horno en casa y se dedicaban a este menester: la Alejandra, por el Pozohondo; la Vicenta, madre de Ramón el de la posada, por la Tercia, y la Angelita, por la calle de la Reina.


Hornos de cocer
Cesta de magdalenas

Pepe El Recadista, y Faustiniano Hidalgo, con cuarto abierto en la calle de la Virgen, frente a la del Castillo, eran sucesores de los antiguos cosarios que con carro y mula llevaban y traían cosas y pasajeros de un pueblo a otro. El viaje normal era a Madrid y ocasionalmente a Ciudad Real. El medio de locomoción, el tren, y se encargaban de recoger o llevar paquetes, comprar algún producto o realizar cualquier tipo de diligencia. Luego Pepe se estableció en la misma calle pero un poquito más abajo y en la acera contraría. E igualmente recaderos o recadistas fueron Manuel Vaquero Angulo, en la Plaza, al que sustituyó por su pronto fallecimiento su cuñado Pablo Ortiz Muñoz-Quirós; Roberto Martín Serrano, en Monescillo 3, y Daniel Escribano, en la calle Murcia.


Recaderos
De vuelta al pueblo con los encargos

El pregonero, con su chaqueta gris oficial, pantalones de pana y correaje al pecho, era un funcionario de los ayuntamientos que convocaba a toque de trompetín cornicabra y cantaba por las calles de los pueblos, con su cantinela característica, noticias o avisos que interesaba que todos conocieran: "De parte del señor alcalde, se hace saber...". Anunciaba, igualmente, la visita de algún vendedor y el sitio donde se iba a instalar durante unos días. En Criptana, el último pregonero, Jerónimo Díaz-Parreño, con su gorra de plato y bien visibles las letras V P (Vox pópuli: Voz del pueblo) encima de la Visera, que él, con su habitual socarronería, traducía por: "Vino Puro"


El pregonero
El pregonero

Mi padre recuerda que cuando él era chico existía en el pueblo la figura del sereno, especie de policía que recorría las calles anunciando la hora y las inclemencias del tiempo: "Las once de la noche y lloviendo"

Deben quedar poquísimos afiladores, pero aún alguna mañana se oye el viejo y singular sonido de la pequeña flauta que anuncia su presencia, convocando a amas de casa, carniceros y pescaderos, con la rueda de afilar montada sobre un carrito, bicicleta motocicleta. También afilaba y hacía navajas y cuchillos Sigelio, en su minúsculo taller de la calle de la Reina.


El afilador
El afilador

Desaparecieron los fotógrafos ambulantes que venían al principio de Madrid. Quién no guarda en su casa una vieja fotografía familiar de "La Foto Eléctrica", en Fuencarral, 10. Luego fue gente que montó el estudio, con sus focos y sus aparatos, pero que salía fuera para captar la instantánea precisa, sobre todo en romerías, el agosto, la vendimia y fiestas señaladas como carnavales, ferias o Semana Santa: Donato Sánchez, de Manzanares, allá por 1885; por la misma época, Nicanor Cañas, de Tomelloso, que aquí tenía delegación, y luego su hijo Jesús hacia 1912; Benjamín Esperón, con estudios en Alcázar, Criptana y Herencia; Muñoz, en la calle Soledad 6, local luego regentado por los hermanos Esteban y Primitivo Molina; Vicente Sánchez Chuliá, de origen levantino, que aquí se afincó en 1910, y luego su hijo Isidro; Alfredo (padre), continuado por el hijo, Alfredo Díaz, que sentó escuela, y ahora por el nieto; los de la PBL, que eran de Alcázar; en el mismo local, en la rinconada junto al teatro Cervantes, DUMNY, de Isidro de las Heras, que ejerció de manchego aunque no lo fuera, y posteriormente Manzanares, Malmira. Sin olvidar a José Luís Manzaneque, que ha sabido recoger y guardar muchas tradiciones hoy perdidas. Y muchos otros, ya más de ahora, que han seguido sus estelas.


La Foto Eléctrica. Mi madre en 1934
"La Foto Eléctrica". Mi madre en 1934

La hermana Palomaras actuaba de basurera. No es que fuera empleada municipal; lo que hacía era ir por las calles recogiendo boñigas de las caballerías, las llevaba a su casa y dejaba que pudrieran en el barranco y luego vendía como abono. "Hay gente para to", que dijo alguno.


Boñigas
Boñigas

Los peluqueros siguen existiendo, pero pocos o ninguno son los clientes que acuden a rasurarse la barba. Antes se hacían con ellos igualas para un número determinado de afeitados a la semana, incluso acudiendo a la propia casa. Alguno trabajaba sólo en plan ambulante, con su maletín de madera para guardar todos los trastos, como Ferraz o el antes aludido Porrino, que también esquilaba a las mulas. Pero mucho antes, el barbero era con frecuencia el sacamuelas, el que ponía sanguijuelas para extraer sangre y el que incluso hacía sangrías, remedio bárbaro de muchas enfermedades.


Antiguos barberos
antiguos barberos

Hace muchísimo tiempo que no se ven copleros, tullidos o disminuidos físicos que recorrían los pueblos entonando coplas que relataban los sucesos escabrosos ocurridos en toda España, y que vendían impresos en cuartillas de colores.

Otra de las profesiones hoy desaparecidas es la de campanero. En Criptana, Francisco y luego Fructuoso han sido virtuosos: tocaban al alba, al Ángelus, a misas (los domingos con tres toques espaciados para cada una de ellas. El tercer toque anunciaba el inicio), al rosario de la tarde, a muerto, a fuego, a las Horas: Vísperas, Nonas, Ánimas... Y cada uno de ellos con un toque o repiqueteo distinto. Hubo párrocos de los alrededores que los grabaron para reproducirlos en sus iglesias por megafonía. En muchos sitios los campaneros han sido sustituidos por sistemas eléctricos automáticos y programados.


Los campaneros
Francisco y Fructuoso, geniales campaneros

Marcelo llevaba las sacas de correspondencia desde la estación hasta la oficina de Correos, y aprovechaba para subir o bajar también viajeros en su viejo coche, tipo diligencia, tirado por un caballo. Era una estampa que resultaba incluso anacrónica en aquellos tiempos.

Ramón Rodrigo, el de la Posada, de la calle del Cardenal Monescillo antes aludido, mantuvo durante mucho tiempo la exclusiva de subir y bajar la paquetería a la estación. Tenía dos carros para tal menester y uno de ellos lo llevaba Venancio Quintanar, un tío abuelo mío. La concesión pasó luego a Leonardo Recio, que hacia el trabajo con una camioneta.

En las fraguas reparaban todo el utillaje de labranza. Con el continuo laboreo las rejas del arado adquirían un progresivo redondeo, y era necesario repararlas. La iguala a pagar era establecida en relación con las hectáreas de terreno que poseía cada campesino. En Criptana había varias: la de Antonio Romero en el Tumbillo, la de Jose Vicente Arteaga en la calle de la Concepción, la de Canalejas, la de Cabila, la de Peina, Rosario Salido, Pepe Torres, Matías, Sebastián Casero, Lilla, Rafael en la calle de la Reina


Fragua
Fragua

Caldereros a la antigua usanza, como los Fernández y los Mellado, toda una saga, diestros al principio en trabajar el cobre y especialistas en maquinaria e instalaciones para bodegas y aparatos de alcohol. Timoteo Mellado, oriundo de Madridejos, se estableció en Criptana y abrió el taller de calderería en la hoy travesía de Blasco Ibáñez. Allí siguieron sus hijos: Timoteo, Luís y Gabriel, conocidos por los Timoteos o los Timo. Luego los nietos: Gabriel y Moncho, que diversificaron sus trabajos.

Parientes son los Mellado Merchán. El padre, Faustino, sartenero y lañador, que vino después, puso el taller al principio de la calle del Monte. Luego los hijos: Genaro, Rafael, Pepe y Ernesto —los mayores aprendieron el oficio de calderero con los Timo— se instalaron en la Avda. de Agustín de la Fuente. Posiblemente sea Ernesto el último que guardó el tesoro de los rudimentos de los antiguos caldereros.

Y Juan José Fernández, Coleta, que aprendió el oficio en los astilleros de Valencia y abrió la calderería en El Tumbillo. A ella se incorporó Luís Mellado, emparentado con él al casarse con una hija. Hoy es el hijo, Juan José, quien dirige la empresa familiar, TAFYMSA (Talleres Fernández y Mellado, S. A.), dedicada a fabricar cisternas para el transporte. Estuvieron en la calle Colón y ahora en el polígono industrial del Pozo Hondo.


Taller de calderería de Coleta
Taller de calderería de Coleta, a la izquierda, junto al Tumbillo

Existen aún mecánicos de bicicletas en Criptana —ahora, casi más bien de motos—, pero se jubiló y ya murió el más emblemático de todos: Joaquín. A cualquier hora estaba siempre dispuesto, siempre amable: un hombre bueno.

Se murió hace años José María Cruz —cariñosamente, El Tonto, pero que no era tal—, que a su diestro oficio de relojero añadía el de tamborilero, acompañando o anunciando las llegadas de las procesiones de la Virgen de Criptana y del Cristo de Villajos, los Patronos del pueblo

Imprentas e impresores a lo antiguo, como Rafael Muñoz, Pájaro Frito, en "La Constancia", o Flores y Díaz-Hellín en "Flordy".


Oficios desaparecidos
Joaquín García, Juan María Cruz El Tonto y Rafael Muñoz Pájaro Frito

Los tintoreros eran hacedores del milagro de convertir una prenda vieja en otra de estreno. El tinte se podía hacer en casa, comprando un sobre de "Iberia" en una droguería (en casa Calzado, por ejemplo, en la calle de la Virgen)) pero si de verdad se quería un cambio garantizado, sin chapuzas y con colores bien definidos había que acudir al tintorero. Las tintorerías eran como una especie de oficina de guardia donde, a cualquier hora del día o de la noche, se podía recurrir al teñido en negro de una prenda cuando el luto había llamado inesperadamente a una puerta. Desaparecieron los tintes, ya no merece la pena, pero quedan las tintorerías, donde se lavan y planchan cualquier tipo de ropas. Solían tener gente que cosía para ellos y daban vueltas —eran otros tiempos— y cambiaban de estilo a los abrigos. Otra tía abuela mía, Dolores, sastra de oficio por su cuenta, era especialista en este menester, además de otras cosas que serían impensables hoy en día, como sacar de unos pantalones viejos del padre uno para el hijo. Hacía todo sin medir, sólo había que llevarle una prenda de muestra.

Esta tía abuela mía, Dolores, tiene su historia, propia de Capuletos y Montescos, las familias de Romeo y Julieta en la tragedia shakespeariana. Mi bisabuelo era El Rey, mote que uno pude imaginar el porqué, y Dolores, mi abuela Pepa y todas las demás hermanas Reinas... o acaso Princesas. Dolores tuvo un pretendiente no bien visto por la familia, rechazado para decirlo a las claras. Un día del Corpus, a la salida de misa, se plantó delante de ella y le espetó: "O para mí o para nadie", al mismo tiempo que descargaba un pistolón. La suerte fue que el disparo rebotó en un medallón que llevaba sobre el pecho. Pero a una amiga que la acompañaba le dio tal soponcio que cayó al suelo desmayada, y, creyendo el pretendiente que la había matado, corrió desesperado hacia la estación y se suicido tirándose a un tren. Desde entonces, ningún día del Corpus la tía Dolores salió a la calle.


Tintoreros y costureras
Tintoreros y costureras

"¡El botijero! ¡Botijos que hacen el agua fresquita! ¡El botijero!". Recorrían las calles con su cargamento de barro cuidadosamente alojado entre pajas a lomos de un viejo borriquillo.

En las fechas próximas a las matanzas, llegaban vendedores de especias como pimentón, canela, clavo, orégano, alcaravea, pimienta o laurel.


El botijero
El botijero

Arreborrica, el hojalatero, realizaba utensilios de cocina y otros menesteres. Debía tener conocimientos de geometría y de cálculo, pues, de hojalata o de zinc eran las medidas de capacidad para líquidos, y, en consecuencia, recibía encargos de recipientes que, además de ser de una determinada forma geométrica, su contenido tendría que ajustarse exactamente al litro, la arroba o sus fracciones respectivas de medio, cuarto y octavo. En su taller fabricaba una gran variedad de utensilios para muy distintos fines: cántaros para leche o aceite, cogedores para las tiendas de comestibles, jarros de diversa capacidad, grandes recipientes para el aseo de toda la familia en las viviendas que carecían de cuarto de baño, artilugios para la fabricación de churros, moldes de confitería, embudos, candiles, faroles, alcuzas... La lista se haría interminable. Alguna veces se le aportaba el material, alguna lata grande recogida en tiendas de ultramarinos —las de leche condensada, aunque pequeñas, eran muy apreciadas— o un bidón de los de aceite, y así resultaba más barato el encargo.

Las hermanas Francisca y María del Carmen, que vivieron en Tomelloso y a Criptana —su pueblo— regresaron ya mayores, han sido las últimas hojalateras a pequeña escala, porque lo suyo era más bien el estañado y el arreglo como los lañadores.


Las últimas hojalateras
Francisca y María del Carmen, las última hojalateras de Criptana

Lola, la alpargatera, en la calle del General Pizarro, utilizaba siempre las manos y un banco de madera para trabajar, y unas tijeras, lezna y aguja para coser las suelas urdidas de yute seleccionado y luego los cortes de loneta, el empeine y las cintas. También las hacía con suelo de goma. Miguel, que vino de Crevillente, se instaló en la calle del Cardenal Monescillo, y también elaboraba alpargatas en la trastienda.


Alpargatas
Alpargatas

Los zapateros remendones, que arreglaban los zapatos que por el uso excesivo terminaban por descoserse, desgastarse y agujerearse. Ponían tacones nuevos, herretes, punteras, medias suelas y recosían y recosían. Se llegaba al extremo de reparaciones, que de la parte original de algunos pares de zapatos ya no quedaba nada. Pero es que antes la gente ahorraba y aprovechaba mucho. Quedan algunos, pero dedicados la inmensa mayoría de las veces a recomponer tacones.

Se decía de los zapateros que eran muy charlatanes: "Zapatero que no charla, el trabajo falla". Tal vez por eso, a nuestro buen vecino Cayo Mínguez, El Zapa, nunca le faltaba gente en el taller, discutiendo en animada tertulia de toros, fútbol, de las cosas del pueblo o del Gobierno si fuera menester. ¿Quién no se acuerda de Pinorra, en la calle del Caño?


Zapateros
Francisco Iniesta Pinorra

Carpinteros a la antigua usanza, como fueron Los Pinchos, León y luego su oficial Juan José (El Carpinterete), los hermanos Rafael y Teudiselo López-Casero, Teodomiro, Desiderio, Torres, los Tablas, los Bustamante, los Porrero o Ruperto, artesanos de pies a cabeza, que además de confeccionar la pieza que le pidieran, solían adornarla hasta crear obras de verdadero mérito. Y casi obras de arte eran las creadas por los que se metían con la madera más en fino, los ebanistas, como Manuel Herencia Vela, del que aprendió el oficio su sobrino Ángel Herencia, con taller primero en la calle Murcia y luego en la carretera del Alcázar, junto a la entonces bodega de Simpliciano, o también El Andaluz, que vino después de la guerra desde Bujalance


Carpintería
Carpintería de Paco Torres en la calle del Rodaero

Los esparteros, que tejían aguaderas, seras, espuertas y esportillos, esteras, forros para recubrir el suelo y los laterales de carros y galeras, y multitud de otras cosas menores: asientos para sillas, moldes para quesos, soplillos, capachos, forros de botellas y garrafas y todo tipo de sogas, cordelillos y ataderos. En Criptana, Salcedo, siempre sentado en una silla de madera en la puerta de su casa, en la calle Castillo, dale que te dale con su pleita y el manojo de esparto bajo el brazo. Con el mismo material, los hermanos Nicéforo y Manuel de Ceja, que eran cordeleros.


Esparteros
Esparteros

Las peinadoras, como La Tonina y la Apolonia, realizaban todas las mañanas, de casa en casa, su función, además de ir contando todos los chismes que ocurrían en la vecindad, desarrollando el importante papel de "correo" del cotilleo. Muchas mujeres mayores remataban su cabeza con un gran moño —era la costumbre—, y la larga melena necesaria resultaba imposible de gobernar sin la ayuda de estas habituales madrugadoras. Las señoras se sentaban en una silla, con su peinador puesto (especie de capelina para evitar que los pelos cayeran sobre la ropa) y la caja de los peines con tapa decorada desplegada, y la peinadora por detrás, ejecutaba cuidada y esmeradamente su tarea, untando bien con un cepillo de fijador de bandolina —tenía que durar el peinado varios días— y marcando en los laterales las típicas ondas manchegas con unas pinzas especiales que se calentaban en la lumbre y que luego se retiraban. La bandolina era una especie de engrudo que se hacía con huesos de ciruela hervidos, o con zaragatona, una planta que, también hervida, soltaba un líquido fijador parecido a las gominas actuales.


Peinadoras
Peinado típico de Criptana y caja de peines

Los santeros eran una de las figuras más populares, con sus ermitillas al hombro, bien del Cristo de Villajos o de la Virgen de Criptana, curtidos por el sol y mil aires en sus continuas idas y venidas del pueblo a los santuarios y de los santuarios al pueblo, en demanda de las limosnas de los devotos.

Pocos o nadie en Criptana crían y matan gorrinos. Jesús Manzaneque, Foril, que se retiro del oficio de matarife en 1992 —su padre y su abuelo también lo habían sido—, algunos años llegó a matar hasta setecientos cerdos en las casas particulares. También Galo, compaginaba sus labores de bodeguero con los Ludeña y sus buenas artes de matarife.


Santero de la Virgen
1965. Ángel Leal Morales, más conocido por Guerretas, que fue santero de la Virgen

La desaparición de las carbonerías y de los carboneros era inevitable: ya no hay cocinas económicas; el carbón casi desapareció de las calefacciones, y casi nadie se acuerda de los braseros (pies calientes y espalda fría) de picón o de canutillo, aquellos que daban un tufo tremendo y con los que salían cabrillas en las piernas. Carboneros en el recuerdo como Serrano (El Niño Blando), en la calle del Convento, donde antes hubo un herrador; Simpliciano Olivares, en la Calle de la Virgen; José María Albacete, primero en La Tercia y luego en la calle del Maestro Manzanares; Leonardo, camionero y carbonero, en la calle de la Concepción, y Foril, polifacético, con su mujer, claro, la Forila, en la calle Miguel Servet, que aún tenían tiempo para comerciar con otro tipo de géneros y para preparar y vender berenjenas en la Plaza.


Carboneros
Brasero de picón

Algunas viejas tareas son habilidad de muy pocos. Siempre existieron amortajadoras "profesionales", como Gregoria Olivares en Criptana, oficio que ya aprendió de su madre. ¡Y cómo no citar aquí a Jesús Antonio!, uno de los últimos rezadores oficiales del rosario de difuntos, de larga trayectoria. Ya lo hacía también su abuelo.

Viejos y entrañables oficios que irán pasado al olvido y con ellos sus personajes.